Nos encontramos ante un hito, un nuevo paso en la historia del cine de animación y en el ensamblaje –que por otra parte siempre ha existido aunque de otra manera- entre el séptimo arte y la pintura. La polaca Dorota Kobiela y el británico Hugh Welchman, se embarcan en el enorme desafío de realizar un biopic homenaje a Van Gogh a través de la singular creatividad de su pintura, para lo que ha sido necesario recrear unos 65.000 cuadros con la intervención de 125 pintores durante diez años. Un trabajo ímprobo para dar vida cinematográfica y pictórica al espíritu creador, encuadrado en la investigación de los enigmas de sus últimos polémicos momentos del genial neerlandés.
Kobiela, que estudió Bellas Artes y trabajó como pintora antes de dedicarse al cortometraje, fascinada con la lectura de las cartas de Van Gogh a su único confidente y hermano Theo, alienta la idea de plasmar una película sobre su alma, su arte, su misterio interior. El proyecto rebasaba los límites de un corto, por lo que se lanza al largometraje. Junto a Welchman realiza una prolija documentación previa: leen 40 obras sobre el pintor, visitan 19 museos para analizar 400 cuadros, mas la revisión de los documentales y filmes existentes, como El loco del pelo rojo de Vicente Minelli (con Kirk Douglas como Van Gogh) o la más cerebral de Robert Altman, Vincent y Theo.
Descartados los cuadros pintados en el manicomio, que le desvían de su intención argumental, la historia se centra en París durante el verano de 1891.
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