Siempre hace buen tiempo

Daily Archives: 16 agosto, 2011

Pintar mi vida

 

¿Cómo es el mundo? ¿Tal como lo veo, o como lo ve el pintor en sus trazos difuminados y sus colores impresionistas? “Decir al pintor que la naturaleza debe ser tomada como es, es como decir al pianista que puede sentarse encima del piano”, decía el escrito inglés Whistler. Pone, por lo tanto el artista mucho de sí cuando pinta. El paisaje puede ser triste o alegre, plano o lleno de horizonte, angustioso o liberador. Incluso incomprensible, como sucede en los cuadros abstractos. Recuerdo haber leído en la vieja revista “La Codorniz” que “lo malo de la pintura abstracta es que hay que molestarse en leer el título de los cuadros”. También en cierto modo, sin lienzo ni caballete, cada uno de nosotros pinta un cuadro al vivir. Reflejamos el mundo que nos rodea pasado por nuestra alma y se lo devolvemos a los demás como una interpretación personal de la vida. ¿De qué color es nuestro cuadro? ¿Una obra arte o un garabato? Depende de cómo sepamos mirar nuestro paisaje, las personas y los acontecimientos que nos rodean y mostrarlo luego en nuestra actitud y sobre todo en nuestras obras.

 

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La catedral de un solo hombre

 

Esta es la catedral de un solo hombre. Se encuentra en Mejorada del Campo, a veinte kilómetros de Madrid. Su constructor se llama Justo Gallego, un campesino de ochenta años al que la tuberculosis no le dejó ser monje. En los terrenos que había heredado de su familia decidió, hace cuarenta años, construir el sólo una catedral con materiales reciclados: ladrillos, bidones, tuberías, ruedas de bicicleta. Sin planos, sin permisos de nadie, sólo con el ideal dibujado su cabeza ha construido un eco-templo original y desafiante dedicado a la Virgen y curiosamente en una calle que se llama Antonio Gaudí. En la web oficial de Mejorada no se menciona a don Justo. Sin embargo el tema tiene sitios en Internet en inglés y alemán hasta que un anuncio de Aquarius lo dio a conocer en televisión. Luego se ha vuelto a olvidar. Las autoridades civiles y eclesiásticas no saben qué hacer con la catedral de don Justo. Él dice que es una cuestión de fe y de constancia. Cuando fui a visitarlo me dijo: “No lo entendéis porque perdéis mucho el tiempo en tonterías”. A él la guerra civil no le dejó estudiar. Pero un hombre es del tamaño de su sueño; no de sus estudios, ni de sus papeles o permisos, ni siquiera de que le hagan o no caso los demás, que en Mejorada le llamaban “el loco”. La “locura”, el sueño de Justo es mayor que todo eso, es del tamaño de una catedral.

 

 

 

 

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16 agosto, 2011

 

Cuando llega la primavera, la tierra parece gritar con toda su alma: no llores más, porque tus lágrimas cayeron en mí dando mucho fruto. Suelta tu abrigo, apaga el fuego y corre a saltar por los campos porque tu vida hacia dentro se transforma ahora en floración hacia fuera. El gris de tu nublado se viste de color, y el miedo a la borrasca en el estallido de la alegría. No hay primavera sin invierno; pero en medio de la estación inclemente ya vivía soterrada toda esta explosión de júbilo. ¿Acaso has olvidado que nada se pierde, todo existe a la vez y solo hay un ahora infinito? ¿Por qué entonces pasas tan fácilmente de la alegría a la tristeza, de la euforia a la depresión? Podrías, si quisieras, vivir en paz siempre desde ese fondo, con todo tu ser vestido de primavera

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Pescador contemplativo

 

Cae la tarde y el pescador espera en silencio. Su paciencia se parece a la del mar, que besa la orilla incansable como la armonía de su música, su remoto bramido, que acuna al tiempo. Decía Papini que “muchos pescadores de caña no son más que filósofos disfrazados para pasar inadvertidos antes los imbéciles”. Quizás porque la gente no admite a los contemplativos puros que “no hacen nada útil”, y parecen perder el tiempo mirando al mar. En una sociedad dominada por nerviosos deseos utilitarios contemplar equivale a perder el tiempo. Por eso, caña de pescar en mano, el contemplativo resulta más tolerable. “Al menos está ahí para algo”, pensarán. Olvidan estos nuevos imbéciles que contemplar es ser.

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Amor y crepúsculo

 

Reconozco que me ha salido cursi la foto. Parece una postal de esas que venden junto a la playa en los puertos de mar. Pero no está tan mal, si se tiene en cuenta que no avisé a la pareja para que posara, y que el amor siempre tiene algo de puesta de sol A mí esta foto me evoca la doble índole de fugacidad y fuego del amor. “Por lo que tiene de fuego suele apagarse el amor”, dice Tirso de Molina en “La villana de la Sagra”. Pues bien casi prefiero aquella otra: “La distancia y las dificultades son como el viento que apaga a los fuegos pequeños y a los grandes aviva”. En realidad amor es lo que queda cuando pasan la puesta de sol, el verano aquel, el romanticismo, la pasión, el sexo, la belleza física, la juventud y hasta la vida. El amor de veras permanece dentro aunque desaparezca su espejo, el ser amado.

 

 

 

 

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Azul en el azul

 

Está quieta la barca azul en medio del azul del mar. Y al contemplarla, por un momento no llegas a saber con certeza dónde acaba ella y dónde comienza el mar. Contemplas en el océano y en la barca un trasunto de tu vida. A veces zarandeada por marejadillas y tempestades. En otras ocasiones, como esta, serenamente acunada por leves olas y la brisa acariciadora de la tarde, que parece mimarla como a una niña chica. La barca sin mar no es nada, sino leño muerto. En el mar está su ser y su vida. Pobre barquichuela mía, recupera tu identidad azul, piérdete en tu mar, redescubre que sólo serás plenamente en el seno de lo absoluto, cuando, aceptándote frágil y llena de horizonte, dejes de intentar bogar contracorriente, cuando comiences a ser azul en el azul.

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Nana para un vagabundo

 

No eres un querubín, ni un niño, ni un bendito, ni un inocente. No es hora de dormir, sino mediodía. No estás en tu cama, sino en la puerta de una iglesia de Guadalajara, por más señas. No tienes pudor de quedarte frito así a la intemperie, y te importa un bledo qué puedan pensar los viandantes. Probablemente te ha inducido al sueño una o dos botellas de tintorro peleón. Pero estás solo, posiblemente nadie te quiere -quién sabe si te lo has ganado a pulso-, y eres lo que la sociedad llama un vagabundo, un sintecho y un marginado. Pero se me antoja que tienes sentido del humor como para atarte la bandera española en la pantorrilla derecha, y que añoras de noche tu pedazo de infinito. Por todo eso y porque eres querido del buen Dios, único, genial e irrepetible a sus ojos, te canto mi nana, nanita ea.

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La vieja y las flores

 

Ella vende color, alegría, juventud y vida. Vende flores perecederas. Desde su ancianidad rugosa ofrece en un ramillete toda la explosión de la primavera, como si en su mano se hubiera detenido de repente el tiempo de las risas y los brincos, los sueños y sobresaltos de su adolescencia allá en la plaza del pueblo, cuando el viento jugaba con sus cabellos y los ojos de los mozos la perseguían golosos como a un fruto turgente. El primer piropo, el rubor de un requiebro, la emoción de un beso en la oscuridad. Flores que fueron frutos de hijos y sudores de trabajo para criarlos y esperas al marido al regreso de la siega, y lágrimas tragadas tras su pérdida. ¿Dónde están ahora esas flores huidas? ¿Quién le devolverá aquella lozanía, aquel amor, aquel vivir de estreno? En la apariencia se diría que no le queda nada, que todo se lo ha arrebatado el implacable paso del tiempo. Pero, cuando cierra sus ojos, sabe que las flores de su alma permanecen intactas, frescas como el primer día. Sabe que se ha vuelto más transparente y que su amor entreve el otro lado de este fluir de la belleza. Que el verdadero jardín no muere porque palpita dentro.

 

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El patio de Antezana

 

A este patio, recoleto y silencioso, situado en la porticada calle Mayor de Alcalá de Henares, desde la que se entra por un pasadizo, llegó cierto día de 1526 un pobre peregrino, que pretendía estudiar en la Universidad de Cisneros.. Se llamaba Íñigo de Loyola y había trocado sus armas de caballero por un humilde sayal para seguir de cerca a Jesucristo por los polvorientos caminos del mundo. Este patio del Hospital de Antezana, hoy asilo de ancianos, se ha parado en el tiempo. Conserva entre geranios su pozo en un rincón y su balconada de madera, destartalada y quieta, tras la que hay un fogón donde dicen que el santo se hacía su comida. Casi puede escucharse la bien timbrada voz del converso gentilhombre: “Dios mío, padre mío, criador mío: gracias y alabanzas te hago por tantas mercedes como me has hecho…”, exhortando a la pobre gente a “en todo amar y servir”; una voz solo interrumpida por el canto de los pajarillos y voces que se aproximan de alguaciles de la Inquisición.

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Su mejor amiga

 

Llegó por fin el gran día de su boda, y al salir de la iglesia, todavía con granos de arroz en el cabello, quiso hacerse una foto con su mejor amiga. Compañera de pupitre y juegos, confidente de alegrías y tristezas, cómplice de los primeros amores. Ella probablemente la conoce mejor que su madre. Y, cuando pase la luna de miel y venga el primer hijo, las desavenencias, distancias y soledades propias de cualquier matrimonio, y los años, los kilos, las arrugas, los malos tragos, ella, la amiga de siempre estará allí sin pedir nada a cambio, porque no hay nada más gratuito y libre que el amor de amistad. Entonces quizás señale esta foto empalidecida por el paso del tiempo y colocada en un marco sobre el viejo aparador, y le dirá a los hijos de sus hijos: ¡Mirad, mi mejor amiga! En ese momento se parará el reloj, la incertidumbre y el miedo, porque para el amor verdadero no pasa el tiempo, ni siquiera la muerte.

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