Neorrrealismo andaluz
Pequeña película grande centrada en la otra cara de la sociedad del bienestar y que refleja casi sin concesiones y con proximidad la marginación de los sin techo desde la inmersión intimista en una realidad de contrastes.
Quizás con el tiempo se pueda llegar a decir que ha surgido una especie de neorrealismo andaluz, un cine del pueblo y a ras de calle que toma el pulso al submundo de la ciudad del bienestar y lo hace en un tiempo en que el espectador medio prefiere mirar a otro lado, el que le muestra el cine de evasión, sea a través de la superproducción espectacular o el cine de impacto morboso.
Jesús Ponce, nacido en el corto y la televisión y en la escuela de Zambrano –trabajó con él en “Solas”- se ha tirado con la cámara a la calle en busca del mundo marginal de los gorrillas aparcacoches, los yonquis, los drogatas, expresidiarios y sin techo. Pero lo ha hecho desde dentro, sumergiéndose en la vida íntima de dos de estos protagonistas de la marginación.
Isabel, recién salida de la cárcel, quiere rehacer su vida. Es una mujer de corazón limpio y llena de dignidad, que, víctima de una infancia desgraciada, se ha visto abocada a robar en supermercados y pretende trabajar. Su pequeña odisea, desde conseguir un cubo para limpiar como “autónoma” escaparates de tiendas, se cruza con la de un viejo amigo, Rufo, en fase muy avanzada de la drogadicción. Entre ellos se establece una relación afectiva de mutuo apoyo y limitada compañía en la intemperie más literal: no solo carecen de techo y viven en la escasez, sino que incluso de relación sexual, dada la situación física de Rufo. Aunque pronto se masca la tragedia del deteriorado drogata, se establece entre ellos una complicidad y un amor gratuito que se desliza en los pequeños detalles de cada día, atravesados por la urgencia de conseguir algunos euros, él para pincharse y ella para comer o pagarse una habitación y dormir y ducharse una noche a la semana.
Ponce consigue en su opera prima un cine de proximidad, que va creciendo desde una imagen distanciada, que al principio retrae al espectador, como siempre repugna la miseria, y acaba envolviendo en la intimidad de seres que vemos todos los días y no conocemos. Esta inmersión es el principal mérito del film.
Detrás, por sugerencias mínimas –anuncios, objetos en los escaparates, los dueños de las tiendas cuyos cristales limpia Isabel y los propietarios de los coches que aparca Rufo- se adivina el otro mundo, el de la sociedad del bienestar, el de los viajes, las cremas de belleza, la chulería sin entrañas del “señorito”. También la frialdad y la violencia soterrada de la ciudad establecida. Pero sin maniqueísmos, pues no faltan personajes puente entre ambos mundos, como la dueña del “todo a cien” y el chico del bar.
Y todo desde un cine encarnado. Se desarrolla en Sevilla como podría desarrollarse en cualquier parte. Pero esta opción es importante porque hace aterrizar, se nota en el habla andaluza y hasta en la manera de ser de los personajes secundarios. Isabel Ampudia tuvo que pasarse varias semanas aprendiendo el acento en la calle para alcanzar una soberbia interpretación de un típico “ángel desde el cieno”, que recuerda a personajes de Fellini, Rossellini o Marco Ferrari. Sebastián Haro, secundario de “Mar adentro”, presta dignidad al personaje del pobre diablo charlatán, desvalido y solitario con gracia, credibilidad y soltura.
Pequeña película grande pues, centrada básicamente en dos personajes que reflejan casi sin concesiones la apremiante realidad. Y digo casi, porque el film paga un tributo a la conciencia un tanto atormentada del espectador –que encuentra también respiro en rasgos de humor muy andaluces a lo largo del metraje- con un final feliz y un pic-nic o leve escapada al buen vivir para liberar a los personajes antes del desenlace. Pero hay que reconocer que aun esto no está del todo injustificado, si se tiene en cuenta que el lado angélico de Isabel está pidiendo en el guión todo el tiempo y a voces alguna redención.
Hoy se habla poco de cine social y menos de realismo cotidiano. Las grandes denuncias son efectistas o grandilocuentes, como el cine antibélico de Spilberg o algunos aguafuertes a lo Ken Loach. Este film nos devuelve al cine de lo diminuto y trivial, a una mirada que parecía perdida con “Ladrón de bicicletas” o “Los cuatrocientos golpes” y si se quiere en el primer Berlanga al menos en el planteamiento y la intención, ya que ha cambiado mucho el lenguaje y la expresión, claramente influenciada en Ponce por su experiencia televisiva. Un rasgo muy peculiar es la mirada de cintura para abajo del mundo, como estos personajes no alcanzaran a poder ver más.
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P: Bailando en la Luna, Baliet Zinea, y Jaleo Films, España 2005. D. y G.: Jesús Ponce. P.E. : Fernando de Garcillán, Álvaro Alonso y Juanjo Landa. I.: Isabel Ampudia (Isabel), Sebastián Haro (Rufo), Mercedes Hoyos (Manuela), José María Peña (Camarero), Pepa Díaz Meco (Monja), Manolo Solo (Indigente), Joan Dalmau (Recepcionista hostal), Manolo Caro (Carrión). M.: Víctor Reyes. F.: Daniel Sosa. M.: Fernando Franco. V.: Concha Rodríguez y Sole Molina. D.:Solida Estreno en España: 22 Abril 2005.
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