Siempre hace buen tiempo

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Don Gabino y la Guerra Española

Mataron a sus padres cuando el futuro presidente de la CEE era solo un niño

Don Gabino y la Guerra Civil Española
Don Gabino y la Guerra Civil Española

Don Gabino ha dado un testimonio muy importante de reconciliación y perdón frente a los que vuelven a bordear este precipicio del rencor: «Las trincheras de Dios«

En el camino, la madre de Gabino iba preparando a su marido, que estaba destrozado con el pensamiento de dejar huérfanos a sus hijos. Le decía:“Mira, no vas a querer tú más a tus hijos que Dios»

Unos instantes antes de morir dijo: “Así no vais a ganar la guerra, matando a hombres de bien”.

Al lado había otra fosa con restos de mujeres de izquierdas, a las que había fusilado Líster, por haber tenido un comportamiento desleal a las normas, y sin guardar con ellas ningún procedimiento jurídico

“La Iglesia, lo que más hizo entonces, y que yo recuerdo bien -contra lo que dicen algunos que ¡ya va siendo hora de que la Iglesia pida perdón- era predicar el perdón, que perdonáramos a los que habían asesinado a nuestros padres»

15.06.2022 Pedro Miguel Lamet

Con motivo de la muerte de don Gabino Díaz Merchán conviene recordar la relación que este gran sacerdote y arzobispo tuvo con la Guerra Civil a partir del fusilamiento  de sus padres, cuando   solo era un niño y sus esfuerzos por la reconciliación entre los españoles. Lo sintetizo en mi última novela histórica, «Las trincheras de Dios» (Cap. 21), a través de la protagonista Mila y Asun, una religiosa amiga.

Asentí y decidimos pasear por el patio del colegio, bajo árboles que empezaba a pintar de oro viejo el primer otoño madrileño.

-Imagínate un niño de diez años en Mora, un pueblo de Toledo. Son los primeros días de la guerra civil. Va con su hermana pequeña y con sus padres por la calle. De repente, un grupo de exaltados de izquierdas les pone a los cuatro, en el punto de mira de sus fusiles. Un niño tan pequeño, cara a cara con la muerte. Gabino cuenta que tuvo la sensación de estar a punto de morir. Afortunadamente otra gente se interpuso y no pasó nada. Lo de su padre ocurrió al mes siguiente, en agosto de 1936.

-¿De dónde has sacado esos datos?

-Sostuve hace tiempo, una conversación con él, que me impresionó mucho. Sobre todo, porque don Gabino ha dado un testimonio muy importante de reconciliación y perdón frente a los que vuelven a bordear este precipicio del rencor. El hecho es que fueron a por su padre, Gabino Díaz Toledo, un pequeño empresario que no era un potentado, ni adinerado, ni político. Era sí miembro del Partido Republicano Democrático por afinidad con Hipólito Jiménez, abogado en Madrid y amigo desde la infancia en Mora. “Lo llevamos al Ayuntamiento”, le dijeron. Pero no era cierto, se lo llevaban a la cárcel. Entonces su mujer, la madre de Gabino, entendió lo que le pasaba y le dijo a su marido: “Si mueres, yo quiero morir contigo”. “Señora, usted está loca, nadie piensa hacerle nada a su marido”, le respondieron. Ella regresó triste a casa. Al cabo de una hora volvieron por ella. Parecía que todo estaba resuelto, pero Paz, la esposa, encontró a su marido metido en un coche con otro señor, que iba a sufrir lo mismo. La hicieron subir también al auto. A la media hora paró en la carretera entre Mora y Orgaz, cerca del cementerio de este pueblo.

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Del “yo” ridículo al “nosotros” universal

Foto: “La sonrisa del emigrante” © PML

Me tropecé contigo en cualquier calle, enfrente de unos grandes almacenes, uno de esos templos heladores del consumo, de los que suele uno salir con las pupilas abotargadas de luces y colores, y me ofreciste un ejemplar de “La farola”. Y por un vil euro me regalaste con una sonrisa, que no se puede pagar con todo el oro del mundo.

En tu mirada se reflejaba una aldea perdida del África subsahariana, el bohío de tu familia con niños de vientre abultado en la puerta, desiertos, montañas, ríos, hambre, miles de kilómetros, la patera que arrojó al mar a algunos compañeros de infortunio y lo de siempre: el rechazo al diferente, la soledad del marginado, la Europa prometida para la que solamente eres un intruso molesto para esta sociedad del bienestar.

Y me vino a la mente otra sonrisa, la del papa Francisco:

“En realidad, todos estamos en la misma barca y estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, que no haya más otros, sino solo un nosotros, grande como toda la humanidad. Por eso, aprovecho la ocasión para hacer un doble llamamiento a caminar juntos hacia un nosotros cada vez más grande, dirigiéndome ante todo a los fieles católicos y luego a todos los hombres y mujeres del mundo”.

Ni las naciones, ni los políticos, ni la sociedad escuchan tal llamamiento, porque esta es la sociedad del “yo”, del “ande yo caliente” en cuotas de poder, placer, vacunas, pasaportes y seguridad. ¡Y a Francisco se le acusa de “comunista” o de “ciudadano Bergoglio”, como lo llama la ultraderecha “tan católica”! ¿Por ser el buen samaritano de nuestro tiempo, por ser “el papa de los emigrantes”? “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis». (Mt, 25, 31-469).

Del “yo” ridículo al “nosotros” universal.

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Meditación ante el volcán

Formamos parte de un todo

Perplejo ante las imágenes devoradoras del volcán de la isla de la Palma, se me han ocurrido los siguientes puntos de meditación:

  1. El ser humano, a pesar de los logros alcanzados en la ciencia y la tecnología, sigue siendo un pequeño insecto en medio del Cosmos, impotente antes estos fenómenos naturales como un volcán, tifones, tsunamis, riadas, etc. ¿Por qué nos lo hemos creído y hay un orgullo posmoderno absurdo? Miro las hormigas y aprendo.
  2. El orden cósmico nos supera. Este volcán es como una cerilla que ilumina mi mente para saltar hacia el Universo y decirme: sube más allá y acepta una cosmovisión que rompe con tus criterios del tiempo y del espacio.
  3. Construimos fábricas, casas, graneros, propiedades. Nos llamamos dueños del futuro. Y en un santiamén “como ladrón” en este caso la naturaleza se lo lleva todo. ¿En dónde he puesto mi corazón?
  4. La vida humana es más importante que toda posesión material. Pero aun esta siempre está en riesgo. Como cuenta el Kempis de aquel que iba por la calle y le cayó una teja. ¿Tenemos conciencia de que formamos parte de un todo y que el devenir de nuestra vida temporal tiene un término y una continuidad distinta?
  5. Los pequeños, los pobres, los campesinos que han perdido todo lo que tenían siempre son las principales víctimas. ¿Me acuerdo de que, según Jesús, poseerán la tierra y el reino?
  6. Los canarios tienen una pasta especial. Incluso cuando hablan de su tragedia tienen tal tranquilidad y parsimonia que les sitúa en otra dimensión. Quizás estén más cerca de la paz contemplativa que presta sabiduría a la vida.
  7. “Somos espectáculo”, dice el apóstol Pablo. El volcán de la Palma tiene una dimensión espectacular. Hemos seguido la apertura de sus bocas, el río de lava hacia el mar, su bramido continuo. Lo hemos visto embobados e impotentes. Su fuerza ante nuestra pequeñez, su belleza junto a su poder devastador, su irrupción ante nuestros planes. Hasta el dolor tiene un misterio de belleza y la belleza un lado de dolor.
  8. Las islas están formadas por viejos volcanes durante millones de años. Te miras en el espejo y ves en tu rostro pasar el tiempo. Corres al trabajo, te preocupas por el tráfico, el último acontecimiento de tu pequeña vida. Levántate y aúpate hacia el no-tiempo.
  9. La Tierra es un ser vivo en continua transformación. Un día se separaron los continentes, surgieron los mares, evolucionaron los animales y vino el hombre. El volcán recuerda que hay una inteligencia, un fuego, una vida, una energía sembrada en el interior del Cosmos. ¿Podemos acceder a ella? Solo desde el silencio.
  10. El volcán como la sonrisa de un niño, el movimiento de las mareas, el cráter de un flor, el parto de una madre, la belleza de una anciana y mil cosas que me rodean sólo me impelen a arrodillarme y saborear un amor sin medida ni raciocinio.
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El jesuita transparente

Agradezco de corazón este generoso artículo de Nicolás Barroso publicado en EuropaSur

CAJÓN DE SASTRE

Nicolás Barroso

Nicolás Barroso

NICOLÁS BARROSO

El jesuita transparente

FACEBOOK TWITTER WHATSAPP 18 Octubre, 2019 – 01:35h

La influencia de los Jesuitas en la Iglesia Católica y en las sociedades civiles donde han ejercido y ejercen su magisterio, ha sido siempre relevante. Al superior general de la Compañía de Jesús se le ha tildado popularmente de «Papa negro», para significar claramente esa influencia histórica. Con la misma superficialidad, podríamos decir que ahora son jesuitas el «Papa negro» y el «Papa blanco», puesto que el Papa Francisco, procede de la Compañía. Siempre han destacado en los campos de la educación y la cultura, religiosa y laica, hasta tal punto que con la creación de colegios y universidades y su opción por la enseñanza, constituyen un valioso arsenal de «inteligencia», de la Iglesia. Por su irreductible compromiso, fueron expulsados del país, mas tarde rehabilitados y se han batido el cuero en Japón, América del Sur, Centroamérica con mártires incluidos y en cualquier parte del mundo, como fiel infantería eclesial.

Conozco muy de cerca a uno de ellos, el padre Pedro Miguel Lamet. Seguro que más de uno de ustedes lo conocen también, porque han leído alguno de sus 47 libros, tanto de poesía como biografías y novelas, de temática histórica y religiosa o sus columnas de opinión en «El País». Con tres licenciaturas, Filosofía, Teología y Ciencias de la Información y una diplomatura en Cinematografía, en la mochila, fue director de «Vida Nueva», la única revista religiosa que llegó a tener tirada como las grandes, por su interés informativo en un momento de cambio, como fue el Vaticano II. Ha sufrido con las secuelas de una enfermedad infantil que afectó a su movilidad y ha forjado su espíritu en las incomprensiones de algunos hermanos de fe, que no le han perdonado su coherencia vital, en unos tiempos convulsos de cambios interesados de camiseta. Ha tenido buenos escudos para defenderse, Teilhard de Chardin que ilumina su camino, San Juan de la Cruz, poeta del alma, el padre Arrupe, que es su brújula y del que fue biógrafo y su familia que siempre hemos estado a su lado. Nunca ha escondido lo que piensa, en un ejercicio continuo de transparencia vital. El Dios del Amor que predica Pedro con la pluma y la palabra, es lo transcendente en su vida. La luz de Cádiz, azulea en su poesía, siempre brillante, siempre profunda. Lo vi el pasado lunes, hablar durante una hora, frente a un auditorio que no pestañeó. Si en algún momento se sienten doloridos por dentro, lean su último libro, «Deja que el mar te lleve» o entren en su blog.

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Jesús visita un campo de refugiados

El viento huracanado zarandeaba la arenisca de la playa de Lesbos. A una milla de distancia diversas zodiacs hinchables luchaban contra un mar embravecido, donde familias de refugiados sirios se debatían entre la vida y la muerte. Un puñado de pescadores griegos lanzó un cabo desde su barcaza a uno de los botes a punto de desinflarse y ser engullido por una ola gigantesca. Gritaban:

–¡Salvadnos, que perecemos!

El patrón, de barba negra y ojos profundos, vestido con un chaleco color butano y un gorro de punto calado hasta las cejas, exclamó:

–¡Vamos, remad más fuerte!

A duras penas consiguieron arrastrar la débil embarcación hasta la playa. La imagen que se encontraron no podía ser más desoladora: Jóvenes voluntarios de Médicos del Mundo practicaban la respiración artificial a un naufrago, mientras otros cubrían con mantas los cadáveres de varios niños que no lograron superar el desembarco.

Exhaustos, después de una agotadora jornada, los doce pescadores encendieron una fogata junto a una casa en ruinas. El patrón les dijo:

–Roto el timón, sin agua y sin alimentos, veo a estas gentes como navegantes sin rumbo, ni norte ni puerto. ¿Qué puedo decir de esta generación? ¡Ay de quienes los han arrojado a tal estado! ¡Ay de ti, Europa, que les cierras las puertas y les niegas la vida! Yo envié en un tiempo a estas playas a mis primeros apóstoles para sembrar la Buena Noticia de amor y bienaventuranza. Me construisteis iglesias, sí, pero también fundasteis naciones para enriqueceros, y después de luchar entre vosotros, acabasteis entregados al dios que llamáis “estado del bienestar”. Habéis convertido el continente en un castillo inexpugnable, un recinto cerrado con muros y empalizadas, un mercado pendiente de los movimientos de la bolsa y las primas de riesgo, en función de vuestro propio egoísmo. Creasteis una moneda única para engrosar vuestras arcas, pues almacenáis en bancos el dinero de todos, o promover multinacionales que explotan a los más desfavorecidos de los países pobres. Pero ¿de qué os servirán vuestras abultadas cuentas bancarias cuando se presente el implacable ladrón en la noche?

Un marinero llamado Andrés preguntó:

–Pero, ¿no tienen al Papa y los obispos para recordarles lo que tú les enseñaste en tu primera venida?

Ay, Andrés, muchos se han olvidado del mar, la pesca y las noches de brega. Y al actual sucesor de Pedro, que, fiel a mí, clama por estos desvalidos, no le hacen caso. Es una voz que grita en el desierto del consumismo. O bien le llaman “populista” y “comunista”. Ha pedido que se reciba a los refugiados, pero Europa hace oídos sordos, se limita a poner parches a tamaña tragedia. Ha criticado sin rodeos un sistema que “descentró a la persona”, colocando en el centro al “dios dinero”, y ha abogado porque la Iglesia no se cierre en sí misma. “Si una iglesia, una parroquia, una diócesis, un instituto vive cerrado en sí mismo, enferma”. Está en contra de convertir los monasterios vacíos en hoteles para obtener recursos, cuando estas gentes no tienen donde reclinar la cabeza o mueren como perros en estas playas.

Los discípulos cuchichearon entre ellos sobre algunas críticas que hacían del Papa: “Vive en la residencia de Santa Marta, en vez del palacio vaticano”, “usa un utilitario”, “se acerca a los enfermos y visita las cárceles, habla con los mendigos de la calle y dice que no es quién para juzgar a los homosexuales”. “No es un teólogo exquisito, y, para colmo, se le entiende todo”.

–¿No me reconocéis en estas palabras de Francisco? –añadió el Maestro–: “Cada vez con mayor frecuencia, las víctimas de la violencia y de la pobreza, abandonando sus tierras de origen, sufren el ultraje de los traficantes de personas humanas en el viaje hacia el sueño de un futuro mejor… Más que en tiempos pasados, hoy el Evangelio de la misericordia interpela las conciencias, impide que se habitúen al sufrimiento del otro, e indica caminos de respuesta que se fundan en las virtudes teologales de la fe, de la esperanza y de la caridad, desplegándose en las obras de misericordia espirituales y corporales”.

Una voluntaria de ACNUR, de las que le seguían habitualmente, preguntó:

–Pero dinos, Jesús, ¿por qué hemos de recibir a los inmigrantes y refugiados? También entre nosotros hay mucho paro, y niños que pasan hambre, falta de vivienda digna y de derechos fundamentales.

Jesús extendió su mano en dirección a las tiendas que habían montado los cooperantes para cobijar a los refugiados, que seguían desembarcando por cientos.

Miradlos, son pedazos nuestros, hermanos e hijos del Padre, y no tienen donde ir. Ayudad a los que tenéis cerca, pero no os olvidéis de los que están lejos. Contemplad a esos niños muertos. Miraban la vida con la ilusión que les daba estar viendo continuamente el rostro de mi Padre. ¿Cuentan ellos algo en los despachos de los dueños de este mundo, en las asambleas de los políticos, en las previsiones de Wall Street? “Mira, que estoy a la puerta y llamo”, repetiré una y mil veces. El que recibe o cobija a uno de estos refugiados a mí me recibe.

–Sin embargo, algunos obispos dicen que hay que tener mucho cuidado porque esto conlleva sus riesgos. Después de los recientes atentados de París, hay quien asegura que se cuelan entre ellos terroristas, miembros de la Yihad.

–La yerba mala crece en todas partes. Pero ¿debe el segador cortar la cizaña junto al trigo? Si estáis pendientes de todos los riesgos al hacer vuestras buenas obras, no saldríais de casa, os quedarías todo el día viendo la tele y comiendo palomitas. Si el que recibe una limosna tuya te desvalija, no te arrepientas de haberle ayudado, pues tu Padre que ve en lo secreto conoce tu intención y premiará tus esfuerzos.

Entonces se acercó un bombero voluntario de Sevilla.

–Pues a nosotros nos metieron en la cárcel por ayudar a esta gente.

–Por haber echado una mano a estos hermanos que han dejado sus hogares y se la juegan por huir de una guerra injusta hacia su libertad, vuestros nombres están escritos en la libro de la vida.

Como cada vez se unían más personas al corro de los que querían escuchar a Jesús, los discípulos sacaron algunas latas de conserva y un queso con pan que llevaban en la bodega de su barco de pesca. En esto se levantó un hombre joven, de unos veinticinco años, con pantalón vaquero, gafas redondas y desgreñada melena.

–Maestro, ¿has visto alguna vez los programas de la televisión? ¿Tienes teléfono móvil? ¿Estás en twitter o en facebook? ¿Qué piensas del boom tecnológico?

Jesús sonrió. Luego sacó un Smartphone del bolsillo de atrás y dijo:

–En mi primera venida tenía que subirme a un monte o un tejado, a veces alejarme en barca para que las multitudes me pudieran oír. No tenía más vehículo que estas dos piernas, que me condujeron por los caminos de Galilea y Judea, donde prediqué la Buena Noticia. Les hablaba en parábolas de siembra, viñas, higueras, bodas, panes y remiendos. ¿De qué os hablaré ahora? ¿Del chip y el disco duro, del whatsapp y el skype? Os diré que esta generación vive colgada del teléfono celular, gastan megas y gigas en comunicarse, pero andan solos y tristes como buitres en el desierto. Abarrotan los grandes supermercados durante los fines de semana, pero son incapaces de satisfacer su corazón amontonado compras. En los países del Norte desperdician y arrojan la comida que les sobra, mientras los niños del Sur perecen de hambre. Ahítos de sexualidad y pornografía barata, se han olvidado del amor que se esconde en un lirio y de cómo mi Padre alimenta y viste a un gorrión.

–Entonces –interrumpió el joven universitario–, ¿no son esos medios formidables púlpitos para proclamar la Palabra?

–Esta generación ha embotado sus oídos y cegado sus ojos de tanto oír y mirar. Si desde que te levantas enciendes la tele y no la apagas hasta acostarte; si no te quitas los auriculares todo el día y no paras de teclear en el móvil, es que no sabes estar solo y eres incapaz de escuchar el silencio. Tú, cuando quieras alcanzar tu mejor yo, cierra la puerta y tu Padre que ve en lo escondido te hablará y te transformará por dentro hasta encontrar la senda que salta a la vida eterna. El hombre planta y riega, construye hermosos edificios, crea máquinas admirables, computadoras, autos, aviones, naves espaciales, vacunas, robots y hasta espacios virtuales, pero no puede añadir un codo a su estatura, ni prolongar indefinidamente su vida. Y nada de cuanto hace puede hacerlo sin el concurso del Padre. Pero ¡ay de los que idolatran todas estas creaturas convirtiéndolas en absoluto! Se transforman en los cacharros que adoran, que en poco tiempo pasan de moda y van derechos a cementerios de chatarra que contaminan el planeta.

Jesús se había quitado su gorra de marinero y el viento de la noche agitaba su melena. Con tono solemne añadió:

–Sin embargo, todo el que encarna la Palabra brillará con luz propia e iluminará a sus hermanos. Así que no escondáis la luz en la sombra de su vuestros apartamentos u oficinas, sino ponerla en alto sobre las cadenas de comunicación de este mundo, para que todos las vean y las escuchen y alaben a vuestro Padre que está en los cielos. Eso sí, no encontraréis mejor criba que los propios destinatarios de vuestra verdad, que al cabo sabrán distinguir la moneda auténtica de la falsa, el que vive de veras la Palabra, y el que no pasa de ser una campana que retiñe o un altavoz vocinglero. Porque la luz brilla también en las tinieblas, repletas de negatividad, de vuestros informativos, redes sociales, telefilms o telediarios.

Felipe, uno de sus discípulos que era pastor protestante, tomó la palabra. Todos aguzaron su atención, pendientes de lo que iba a decir:

–Señor: no sabes cuánto nos alegra que hayas vuelto al mundo. Pero ya ves, estamos hechos un lío: estas víctimas que estamos rescatando del mar son refugiados sirios de religión musulmana. Aquí hay voluntarios católicos, ortodoxos, protestantes, judíos, e incluso agnósticos o gente que duda de todo. Han pasado veintiún siglos desde que tú viniste y es como si no hubieras venido. Todos creemos tener la verdad. Y mira, hasta hay creyentes que se convierten en hombres-bomba en nombre de Dios. Otros que insisten que sólo en la Iglesia católica está la salvación. La fe en ti, al cabo de los siglos, en vez de unirnos, ¿no nos ha enfrentado a base de actitudes dogmáticas que excluyen y rediles religiosos enfrentados?

El Maestro reflexionó en silencio e indicó a sus pescadores que repartieran los restos de pan y las pocas latas de caballa y berberechos que quedaban en la bodega.

–Pasad también la bota de vino –sugirió.

Luego, se acercó a la lumbre y alimentó el fuego con trozos de madera de restos de embarcaciones naufragadas. Su rostro cobró tonos rojizos a luz de la lumbre, envuelto por la columna de humo que se perdía entre nubes deshilachadas con fulgores de luna.

–Hijos míos, guardaos de algunos líderes que han convertido la religión en un centón de normas, un catálogo de prohibiciones, un inexpugnable redil de fanáticos. Han deformado el rostro de mi Padre, transformándolo en el de un ogro, un maestro de escuela que azota a sus alumnos, o un dictador sin entrañas de cualquier república bananera que excluye y condena. Cargan fardos insoportables sobre vuestras espaldas y se llenan la boca con palabras bonitas. Se hacen llamar padres, pero solo hay un Padre, que está en los cielos y en aquellos que cumplen su voluntad. Destruyen las obras de arte o atenazan el conocimiento científico, la investigación y otras creaciones humanas castrando el pedazo de infinito que ha puesto Dios en el corazón del hombre. No; yo vine a poner el amor por encima de la ley, y arremetía contra los fariseos, porque ellos se habían encerrado en la letra para apagar el espíritu y conservar su tinglado que también era su negocio. ¿Cómo es posible que muchos sigan convirtiendo la fe en guarderías de adultos, fortines de defensa, o se protejan con ritos, ropajes y códigos?

El pastor protestante se levantó e insistió.

–No has respondido a mi pregunta. Vivimos en un mundo donde todos exponen sus ideas libremente, mientras reina la confusión. Dinos de una vez: ¿Cuál es la religión verdadera? Defínete: ¿Con quién estás? ¿Con el Vaticano de los católicos, con los ortodoxos, la comunidad anglicana, los protestantes, la Nueva Era?

Jesús se alzó y se movió en dirección del mar.

–Dime: ¿de quién es el mar? ¿Has visto los documentales sobre la riqueza zoológica submarina? Después de tantos siglos de historia, el hombre no conoce ni la décima parte de su fauna y flora. Mirad el firmamento: los astrónomos, con sus potentes telescopios, aún son incapaces de adivinar los miles de astros y estrellas que pueblan los espacios siderales, y rusos y americanos apenas han realizado cortos viajes interplanetarios. ¿Y queréis encerrar a Dios en un matraz para analizarlo? Sólo rompiendo vuestros ridículos vasos de comprensión podréis llenarlos del verdadero Dios. La verdad no es algo estático, como un cuadro o una diapositiva. Ni se puede contener en un solo libro. La verdad es como un manantial que está escrita en el corazón del hombre y que va creciendo hasta convertirse en río y en mar. ¿Qué queréis, encapsular la realidad en un bote de cocacola, y venderla por un dólar o un euro? Yo soy el camino, la verdad y la vida. Pero nunca dije que seguirme equivaliera a cumplir un catálogo de prescripciones, como contentarse con ir a misa, comulgar en domingo o poner la crucecita en la declaración de la renta. Hablé de un agua que salta a la vida eterna, pero no de estanques exclusivos para unos cuantos privilegiados que lucen los colores de una camiseta. ¿Sabéis a lo que se parecen? A equipos de fútbol enfrentados, a miopes partidos políticos a los que no les interesa el bien de la gente, sino que triunfen sus siglas y enriquecerse ellos mismos.

Entonces llamó a un chaval sirio que se arropaba tiritando bajo una manta. Lo sentó a su lado y le frotó los hombros para calentarlo.

–¿Cómo te llamas? –le preguntó.

–Sibel –respondió el niño.

–En verdad os digo, mi verdad se llama Sibel, y cualquiera de estos pequeños que mendigan en las calles de Kabul o Río de Janeiro. La verdad es recibir a Sibel como a mí mismo y a cuantos sufren marginación y hambre, son maltratados por la injusticia de un mundo dominado por el pensamiento único de una veintena de millonarios, sus multinacionales y unos cuantos políticos. A los niños-soldados, a las mujeres apaleadas y maltratadas por el machismo, a las criaturas destrozadas por la pederastia y a las adolescentes explotadas por el turismo sexual. Di mi vida por ellos y volveré a darla ante un pelotón de fusilamiento o ametrallado por sus sicarios en cualquier carretera, si hace falta.

Una mujer musulmana con velo se levantó temblorosa:

–¿Y los que nos han hecho huir de nuestras aldeas? ¿Y los que nos matan en nombre de Alá? ¿Tú has dicho que amemos a nuestros enemigos? Mahoma nos convocó a la yihad.

–En verdad os digo que los que a hierro o disparos matan, a hierro y ráfagas de metralleta morirán. Están en el error y se les pagará con la misma moneda. Pero os aseguro que aun los terroristas y asesinos son hijos del Padre. También he dado mi sangre por ellos. Los perdoné desde el árbol de la cruz. Así mismo vosotros debéis perdonarlos para que se conviertan y vivan. No hay otra yihad que luchar para crecer por dentro y no ser como ellos, que hacer un mundo mas justo en el que quepan los empobrecidos hijos del Islam. Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Porque el que ama a sus amigos, ¿qué merito tiene? No es tan difícil acercarse a mi verdad. Sobran todas las disquisiciones teológicas y las cátedras de los sabios, si no aprendéis esto.

Un hombre anciano de barba blanca se presentó como sacerdote, capellán de un grupo de voluntarios, y se dirigió a Jesús emocionado:

–Señor, me llamo Manolo, te he dedicado toda mi vida, a proclamar tu Evangelio. Durante muchos años fui párroco en un pueblo y luego en una gran ciudad. Me he esforzado por tu causa. Pero mi gran enemigo ha sido la rutina. Preparaba con mucho estudio y dedicación mis homilías; llevaba con gran cuidado la Cáritas Parroquial, organizaba la catequesis, los grupos de confirmación y los movimientos de Acción Católica. Intentaba orientar con misericordia en el confesonario y despertar a los que acuden a los bautizos, bodas y funerales. Pero, ¿sabes, Señor?, apenas he logrado pastorear a algunas ovejas del redil, católicos de toda la vida. Sentía que mi iglesia no pasaba de ser algo más que un despacho de sacramentos y un refugio de beatas. No conseguía mucho más. La mayoría de habitantes de mi barrio pasaban de la Iglesia. Solo estaban preocupados de conservar su trabajo, ir de compras y salir de excursión los fines de semana. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué tu Evangelio no interesa? ¿Por qué todo parece gris, y ya casi nadie cree que la felicidad está en ti?

Jesús se levantó y, acercándose, puso sus dos manos sobre los hombros del anciano sacerdote.

–Gracias, Manolo. Quizás tú no lo sabías, quizás por las noches tenías dudas de fe o te sentías inútil y terriblemente solo. Pero yo estaba a tu lado. Es más, cuando partías el pan y la palabra, era yo mismo quien lo hacía por tu medio. Yo, mejor que nadie, sé que tu semilla ha caído muchas veces en buena tierra y ha dado su fruto, aunque tú no lo supieras. Es cierto también que vivís ahora en un mundo muy secularizado, que solo valora la materia, lo palpable, y no es capaz de apreciar lo que tantas veces os he repetido: que el reino es como un grano de mostaza o de trigo, o como una pizca de levadura. El marketing y las estadísticas se han metido en mi Iglesia como un demonio revoltoso que todo lo cuantifica en cifras, edificios, fundaciones y resultados. Yo amo lo pequeño, la moneda de la viuda, una sola oveja perdida, un frasco de perfume derramado con amor, una plegaria escondida en la penumbra del templo. A los demás les he llamado siervos, a ti, Manolo, te he llamado amigo.

Manolo se enjugó con el reverso de la mano una lágrima que le corría por su mejilla. Cuando se repuso, replicó:

–Sin embargo, Maestro, he de confesarte algo. De mil maneras he predicado tus bienaventuranzas, pero después de tantos años de vida pastoral yo mismo no sé qué es la felicidad. Es más, veo que todo el mundo la busca de mil maneras y no la encuentra.

–¿Cuántas veces repetiré que os falta fe? Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá. El mundo de hoy se hunde porque, como mi apóstol Pedro, no se atreve a caminar sobre las aguas. Piensa que seguirme es apretar los puños y cumplir ciertas prácticas para tranquilizar su conciencia. Lo dije entonces y lo repito ahora: El que no se niega a sí mismo, coge su cruz y me sigue no es digno de mí. Esta frase horroriza a una sociedad centrada en el bienestar del hombre y la “autorrealización”. Y es que pocos la han entendido bien. Algunos de vuestros pensadores y filósofos han escrito que yo he predicado la autodestrucción del hombre. Nada más lejos de mí. Confunden su yo mezquino, afincado a cuatro cosas de esta vida como el éxito, el dinero, el poder, con su verdadero yo más profundo. Centrarse en conquistas mundanales nos arrebata la paz, que es la felicidad posible del hombre. Casi siempre habláis de mi cruz y muy poco de mi resurrección. Resucitar es caer en la cuenta de que “el reino de Dios dentro de vosotros está”, de que ya lo tenéis todo en el que os conforta, como dijo mi apóstol Pablo. Querido Manolo no busques resultados, no te contagies de los balances empresariales y su miedo al déficit. Sé tú mismo, el que ha salido bien hecho de manos de Dios, entra en tu interior y resucitarás conmigo, aunque mientras vas de viaje y en vaso de barro, seguirás sufriendo algunos miedos, sombras e incertidumbres, pues no puedo ahorraros la cruz. Pero regocijaos porque os he preparado un lugar, y el que cree en mí tiene vida permanente.

Sin apenas caer en la cuenta, todos los presentes advirtieron que ya había pasado la noche y un rosáceo resplandor despuntaba en el horizonte anunciando el amanecer. De las tiendas salieron los primeros responsables de algunas ONGs para organizar las comitivas de refugiados, que iniciaban sus caminatas hacia los Balcanes, Alemania, Suecia y otros países europeos con sus exiguos pertrechos. Hacía frío, pero cuantos se habían alimentado con la Palabra, sentían un rescoldo en sus corazones y una renacida esperanza brillaba como una leve centella en sus pupilas.

Algunos pescadores y otros voluntarios regresaron al mar a rescatar a nuevos refugiados. Jesús se puso en camino rodeado de niños y sus padres, que acababan de oír en la radio tristes noticias, como que en su marcha se encontrarían con nuevas barreras de alambre, soldados, trenes abarrotados y fronteras clausuradas. En lontananza despuntaban siluetas de múltiples frágiles zodiacs en su incesante lucha por desembarcar y salvar sus vidas. Ya era de día.

(Publicado en la revista ÉXODO)

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Los tres amores del Papa

Con un niño

¿Se ha enamorado usted alguna vez?” le pregunta un periodista al Papa en la última entrevista. Y Francisco responde que a los diecisiete años tuvo una “novieta”, y que al principio de su seminario otra chica le obnubiló durante una semana. Entonces el colega quiere saber más. “Pregúntele a mi confesor”, se zafa hábilmente el Papa con una sonrisa.

Pedro Arrupe, el que fuera superior general de los jesuitas y por tanto también del provincial Bergolgio, solía decir que “aquello de lo que te enamoras te cambia la vida”. A un año de pontificado cabe preguntarse cuales son los amores del papa Francisco, los que han marcado su primer año de pontificado.

El primero y más determinante es su amor al Jesús del Evangelio,

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El desconocido testamento de Martín Vigil

A raíz de la publicación de mi artículo en elmundo.es sobre la silenciosa y casi desconocida muerte del  otrora exitoso novelista José Luis Martín Vigil, recibo el sobrio y emocionante texto de su testamento que me envía un amigo gallego y debería conocer todo el mundo. En él confiesa abiertamente su fe, su amor a la Compañía de Jesús,  ignora su obra literaria y se despide con una enorme sencillez.

Creo que sus lectores merecen saborear estas sencillas y hondas palabras publicadas en octubre pasado  en el boletín “Bellavista” de los antiguos alumnos de los jesuitas de Vigo,  colegio donde Martín Vigil fue educador y vivió las experiencias que refleja en su  famosa novela “La vida sale al encuentro”.

 

“Bueno, al fin muero cristiano como empecé. Creo en Dios. Amo a Dios. Espero en Dios. No perseveré en la Compañía de Jesús, pero jamás dejé de amarla y estarle agradecido. No conozco el odio, no necesito perdonar a nadie. Pero sí que me perdonen cuanto se sientan acreedores míos con razón, que serán más de los que están en mi memoria. Amé al prójimo. No tanto como a mí mismo, aunque intenté acercarme muchas veces. No haré un discurso sobre mi paso por la vida. Cuanto hay que saber de mí lo sabe Dios. En cuanto a mis restos, sólo deseo la cremación y consiguiente devolución de las cenizas a la tierra, en la forma más simple, sencilla y menos molesta y onerosa. Pasad pues de flores, esquelas, recordatorios y similares. Todo eso es humo: Sólo deseo oraciones. De este mundo sólo me llevo lo que me traje, mi alma. Consignado todo lo cual, agradecido a todos, deseo causar las mínimas molestias. Dios os lo pague”.

Huelga todo comentario, pues este testamento es como el broche de oro que cierra el círculo de su vida y reconcilian y unifican para siempre las figuras del escritor y el hombre.

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Hace un año que falleció el famoso escritor sacerdote José Luis Martín Vigil, sin que nadie se enterara, sin que los periódicos le dedicaran siquiera una necrológica. elmundo.es  me pidió un artículo que apareció ayer y que reproduzco a continuación. Creo que el anterior testamento  explica mucho el silencio que rodeó a su muerte.

LITERATURA | Tras 17 años de silencio

José Luis Martín Vigil, de novelista para adolescentes a ‘cura maldito’

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  • EL MUNDO relata hoy el final del que fuera el escritor más popular de España

Pedro Miguel Lamet | Madrid

Actualizado martes 10/01/2012 07:43 horas

Como tantos otros, no me había enterado de la muerte de José Luis Martín Vigil, aunque sabía que estaba muy enfermo. La última vez que lo vi fue hace muchos años en el plató de un programa masivo de Telemadrid. Iba acompañado de un muchacho y me saludó con afecto: “Nunca olvidaré mis años en la Compañía de Jesús. Su formación es algo que marca. Admiro a San Ignacio”, me confió con una sonrisa. Luego supe que tenía una casa en el barrio Salamanca y me llegaron algunas noticias brumosas relacionadas con la policía y algunos de sus muchachos, aquella obsesión que le había provocado dejar sucesivamente a los jesuitas y después, el sacerdocio.

Creo que sus últimos años, por lo que he podido informarme de amigos comunes fueron amargos. No sólo por el deterioro físico, sino por la soledad y la desembocadura de una vida trágica. Pero José Luis tuvo sus días de gloria. He visto colas de admiradores dando vuelta a las manzana por obtener una firma de sus obras, traducidas a varias lenguas. Sobre todo a raíz de su primera novela, ‘La vida sale al encuentro’, experiencia de sus años como educador en el colegio de Vigo, que se convirtió en un auténtico ‘best seller’, que ha llegado a reeditarse hasta el 2006, en una última versión revisada por el autor mismo.

Los adolescentes del franquismo leíamos otras novelitas aleccionadoras de la colección Eccélicer, como ‘Corazón de Cristal’ del padre Sobrino y otra que quiero recordar que se titulaba ‘El salto del torrente’, donde los protagonistas eran “escolares bien”, muchas veces “príncipes del colegio” que sentían la vocación y lo dejaban todo por grandes ideales. Para aquellos tiempos ‘La vida sale al encuentro’ fue un paso adelante en la literatura juvenil, una cita con una narrativa más moderna y comprometida, que se caracterizaba por el manejo eficaz de las situaciones y los sentimientos. En sus páginas aparecían personajes de carne y hueso, aunque siempre, claro está, con la filtración obvia de una censura ambiental franquista que impedía todo desmelenamiento.

Las amargas situaciones por las que discurrió la vida del ex sacerdote, al que acabaron por prohibirle confesar, luego predicar -llenaba la Iglesia de Salamanca- y definitivamente le condujeron a secularizarse, se percibe en su ulterior saga de novelas sociales sobre situaciones conflictivas como ‘Una chabola en Bilbao’ o ‘Los curas comunistas’ que escandalizaban en la España timorata de aquellos años.

En una conversación televisiva con Jesús Torbado afirmó: “Cuando me encasillaron, o me encasillé, en escribir para jóvenes, muchos críticos, sin leerme, piensan que hago un subgénero; eso les ahorra el trabajo de leerme. Yo soy sustancialmente un narrador de historias. Lo que yo quiero llevar a la gente es una historia, el estudio de un problema. El estilo y la técnica que emplee serán para mí, siempre, subsidiarios. Serán aquellos que mejor ayuden al lector a comprender esa historia, a sentir ese problema, a sufrir y a gozar con mis personajes”.

¿Hay algo más digno que ser una narrador de historias, cuando sobre todo estas atrapan eficazmente y nos conducen a bucear en verdades del ser humano? No digo que Martín Vigil sea un escritor genial, para sesudos comentarios de texto en clases de literatura. Pero no es ciertamente inferior a un Luis Coloma o Fernán Caballero y otros escritores aleccionadores del XIX, que sí aparecen en los libros de texto. Sus obras se leyeron en su momento con pasión. ¿No merece su autor al menos el elogio de una gacetilla o una necrológica periodística?

Cura más homosexual era una suma explosiva en aquellos años. ¿Fue pederasta? Lo ignoro. Las últimas veces que lo vi iba con jóvenes bien crecidos. En todo caso, en estos días de salidas del armario, nadie condena a Lord Byron, Lorca, Gide o Proust por su orientación homosexual. Más bien todo lo contrario ¿Por qué se quiere enterrar la memoria de Martín Vigil o alinearlo de forma simplista con la literatura de buenos sentimientos de los años cincuenta? Hay lectores que lloraron con ‘La vida sale al encuentro’ cuando el hermanito pequeño del personaje principal, en una clara relación de homosexualidad reprimida, muere apretando con la mano una medalla de la Virgen mientras el protagonista explicitaba sus deseos de ser sacerdote. Era más revolucionario de lo que parecía.

Cuentan que al final se paseaba por internet y chateaba con los amigos. A uno de ellos le escribió: “Sigo como la víspera. Esto también puede ir para largo. Nadie lo sabe. Yo me preparo para lo que venga. En esto de la muerte, como en todo, Dios es mi padre y tiene mano en el asunto. Marito, un día irás a Dios como verás que intento hacerlo yo y te estaré esperando, si llego al cielo antes que tú”. Descanse el hombre, desde la fe que en el fondo nunca perdió, y viva en sus obras este considerable, eficaz y muy leído novelista.

 


Pedro Miguel Lamet es jesuita y escritor. En 2011 publicó ‘El último jesuita: La dramática persecuión contra la Compañía de Jesús en tiempos de Carlos III’ en La Esfera de los Libros.

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