Siempre hace buen tiempo

La caída

A hombros,  los vecinos de Moya, un pueblo en ruinas situado en el marquesado del  mismo nombre en Cuenca, suben al Cristo de la Caída entre los cascotes de tiempos pasados a lo alto del cerro. Portan como su tesoro a  un Dios débil, hecho a nuestra imagen y semejanza, que apoya su mano en una piedra para levantarse una vez más. Han pasado los siglos. Las viejas glorias, castillos, mansiones y conventos, son solo  vestigios de piedra, cascotes de una arrumbada historia de esplendor. Sólo el Cristo parece perdurar en un pueblo habitado de sombras. Sólo Él vuelve a resucitar cada año recortándose sobre el azul, recordándonos que no hay desgracia, ni dolor, ni miedo, ni  caída de la que no nos podamos levantar para comenzar de nuevo y reconstruir la casa que no destruye el tiempo; la del alma que cree y amanece cada día desde la fe en su palabra: “Yo soy la resurrección y  la vida”.

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