Siempre hace buen tiempo

La caboverdiana

 

Por fin se le ha hecho caso en Madrid a Cesaria Evora, la cantante caboverdiana que parece arrullar al mundo con sus melodías entre africanas y portuguesas, a medio camino entre Edit Piaff y Amalia Rodrigues. Surgida de la pobreza de un país pequeño sin agua, al principio sólo se la oía en los cafetines de Mindelo. Hoy esta negra de sesenta años es como una abuela universal que canta su nana a una sociedad trepidante.

Su vida parece arrancada de una novela de aventuras. De la miseria a locales repletos de marineros, donde cantó una noche para un portugués que la dejó preñada y al que nunca volvería a ver. Que no tiene miedo a la muerte porque dice que «es lo más verdadero que sucede en la vida»; que cree en Dios aunque no lo ve, pero lo siente; y que cuando le achacan que no ha tenido suerte con los hombres, responde que es al revés, son ellos los que no la han tenido porque «se han quedo sin Cesaria Évora».

Cuando sube a un escenario, canta como si estuviera en el cuarto de estar, cosiendo o planchando para una gran familia. Sus canciones se dirían escritas para gentes con otra dimensión del tiempo, que no saben odiar, y jóvenes que aman la vida. Por eso, como una madre, les aconseja con una sonrisa: «No bebed alcohol, no drogaros, amad de corazón y estudiad para ser grandes personas».

Esta negra descalza ha visto muchos barcos partir, ha sufrido la escasez y la soledad, y no por ello perdió nunca humor y cariño. Asegura que canta para los que están solos, sin amor, y lo hace a la medida de todas las nostalgias. Algunos lloran al oírla. A mi me trae paz y el murmullo del mar lejano.

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