Siempre hace buen tiempo

Contra el tsunami de negatividad

Trump, Putin, Maduro, Siria, terrorismo yihadista, refugiados, migraciones, hambre, corrupción, secuestros, pedofilia, secesionismos, guerras, falta de horizonte de soluciones políticas, depresiones, suicidios y un largo etcétera de noticias negativas nos ponen el corazón en un puño. Se diría que en las últimas décadas vivimos dentro de una nube negra de negatividad de la que es muy difícil sustraerse. A los informativos se ha unido la intoxicación de las redes sociales que, por si fuera poco, se inventan noticias falsas o las retroalimentan con oleadas de odio, insultos, agresividad. La consecuencia psíquica en nuestros ánimos podría ser fatal si no luchamos contra el poso destructivo que puede acumularse en nuestro subconsciente.

¿Cómo reaccionar? ¿Cómo salir de esa nube? ¿Cómo sobrevivir en medio de este tsunami que parece arrastrarnos?

Primero la liberación nace del concepto mismo de realidad. Vivimos rodeados de una caterva de imágenes que nos rodean. En el siglo pasado, por ejemplo en España, solo había periódicos, emisoras de radio y un par de cadenas de televisión, un mundo icónico controlable. Los sucesos horripilantes se reducían a un suelto en el diario o se escondían en tabloides especializados como El Caso. El cine violento y de terror era más bien escaso. Hoy incluso los crea el propio ciudadano con la cámara de su teléfono móvil. Hemos llegado a confundir la realidad con la ficción.

Es más vivimos en la superficie de nuestra conciencia, en los personajes que nos hemos creado o intentamos crearnos mediante la apariencia, mediante la moda, la publicidad, la cirugía estética, la ocultación de lo profundo de nuestro propio ser. En nuestra identidad, a modo de una cebolla o una alcachofa, nos quedamos en las hojas superficiales, sin morder la pulpa más sana y rica de la vida.

Sin embargo ejercicios como la meditación, más allá de las creencias de cada uno, han descubierto a algunos que en todos nosotros existe una zona en paz más allá de las apariencias. Que detrás de las olas encrespadas del “afuera”, el fondo del mar está en calma, está bien. Pero el vicio de la mente es quedarse en el barullo exterior de forma morbosa, retroalimentarse de negatividad. Al despertarnos cada mañana volvernos a embadurnarnos, casi sin darnos cuenta, con el barro de los pensamientos negativos de lo que llamamos “realidad”, a identificarnos con ellos.

La única salida es volver a conectarnos con lo que realmente somos, redescubrir ese yo interior como sea. Por ejemplo, los niños antes de maliciarse, viven ahí y son felices. “Es que son inconscientes de lo que les espera”, argüimos. ¿No será lo contrario? “La vida es dolor, es sufrimiento”, insistimos. La vida es limitación, finitud y contingencia, desde luego. Pero lo verdaderamente cierto es que esa limitación pasa, fluye continuamente.

Hay un camino a contracorriente, pero absolutamente necesario. Todos hemos conocido a personas que han alcanzado esa liberación. La viejecita perdida en una aldea que en medio de sus achaques ha alcanzado la sabiduría; el enfermo que crece con su enfermedad, el voluntario que abre una ventana a la Vida con mayúsculas gracias al viento de solidaridad que brota en sus entrañas, la sonrisa que lucha contra las lágrimas.

Eso es “mística” dirán algunos. Llamémoslo como queramos, pero es algo que está al alcance de todos. Recientemente con motivo del horrendo asesinato del niño Gabriel, España entera se conmovió con la respuesta de su madre, que realizó una alquimia admirable: convertir su dolor y la oleada de odio, insultos y ansias de violencia en un movimiento de positiva solidaridad. ¿De dónde nacía esa maravillosa transformación? De un alma conectada con el amor de su hijo que ha inyectado en la sociedad una energía más poderosa que la muerte.

Quizás la única salvación posible a tanta negrura obtenga su mejor medicina en una cura de silencio, el único refugio posible ante el continuo bombardeo de ruido, imágenes y pensamientos negativos. Se trata de buscar algún rato en medio del vértigo cotidiano para cerrar los ojos, respirar hondo e intentar no pensar en nada. Hay para ello mil métodos al alcance de todos, incluso en pequeñas aplicaciones de relajación del smartphone.

Los auténticos poetas, gracias a la intuición, a veces han ofrecido la clave en sus versos. Recuerdo estos de Manuel Machado: “Para mi pobre cuerpo dolorido, / para mi triste alma lacerada, / para mi yerto corazón herido, / para mi amarga vida fatigada…/ ¡el mar amado, el mar apetecido, /el mar, el mar y no pensar en nada!…” ¿Una huida, una falta de compromiso con la realidad? No, un modo de rencontrarnos con lo más hondo de nosotros mismos, un mar donde estamos bien, que no pasa, para luego retornar adecuadamente a la película de la vida.

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