Siempre hace buen tiempo

Saberme vivo

Llega la Pascua y con ella una cierta locura. Los discípulos se hacen un lío. María de Magdala, la enamorada, no reconoce a Jesús a primea vista. Los de Emaús huyen atrapados por la murria. Tomás quiere meter su mano en la llaga del costado. Y en el centro la polémica de la tumba vacía, que tanto preocupará a los teólogos-

No hay una prueba física, científica y racional  de la resurrección. La gran experiencia definitiva de que Cristo ha resucitado es la transformación de aquel grupo de pescadores ignorantes y atemorizados, cuyo líder ha sido ejecutado a las puertas de Jerusalén, la confluencia de sus testimonios. Jesús ahora atraviesa paredes, está y no está, despierta la duda o inflama el corazón.

La experiencia del resucitado, aunque se apoya en hechos históricos, requiere la fe o en cierto modo la mística. En mi opinión los apóstoles despertaron por dentro, descubrieron que la muerte no existe, que desde siempre eran seres sin tiempo en el tiempo, pertenecían a la explosión de luz que une lo creado con lo increado, manifestación de lo inmanifestado, y eso les cargó de comprensión y fuerza.

Hoy abunda la noche, el miedo, las puertas tranqueadas, los corazones solitarios, las tesis e ideas que dividen, el enfrentamiento agresivo de creyentes e increyentes e incluso de fieles entre sí, como siempre hubo, hasta ocasionar incluso guerras de religión. La resurrección ocurre en lo íntimo de cada conciencia y fuera de ella. De poco vale que se demuestre la autenticidad de la sábana santa o que se encuentre un papiro más antiguo para convencer de su verdad. Es una verdad a la vez histórica y metahistórica. Porque la mejor historia es la escrita con las vivencias de los hombres. Resucitar es ver más, romper nuestros códigos, tocar la alegría del Ser. “El que cree en mi tiene vida permanente”. (Jn 5.25)

Ocurrió en la historia. Pero cualquier ser humano despierto pudo resucitar y podrá resucitar siempre, si entra por la contemplación iluminada en el no tiempo. Y sin embargo no es un hecho sólo espiritual, sino también material en cuanto cualquier resucitado es capaz de transformar la materia, las injusticias, la dinámica del odio y el dolor, e incluso nuestra falsa sensación de morir. Desde esta perspectiva es un acontecimiento cósmico que disuelve todos nuestros miedos y angustias y que puede experimentar cualquier hombre que se abra a lo profundo del hombre.  Resucitar es descubrir que puedo volar, saberme vivo para siempre, en este momento aquí y ahora, sin depender de las arrugas, el paso del tiempo, el dolor y hasta la misma muerte.

 

 

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